viernes, 17 de diciembre de 2010

Lo que me queda por vivir


Al verme entrar en el café se levantó de un salto y me esperó con los brazos caídos, como si estuviera dispuesta a recibir con la misma conformidad un beso o una puñalada. Me acerqué y le di un beso. Entonces se sentó y me pareció escuchar un suspiro de alivio.

Era como la una del mediodía, esa hora en que Madrid es un hervidero de gente bebiendo cañas y tirando servilletas al suelo. Pero allí, en el Café Lyon, se presentía ya la decadencia que precedería a su cierre y a esas horas por no haber no había ni ese grupo inmortal de estudiantes con granos que falta al instituto con el convencimiento de que tomando café en mesa de mármol se está más cerca de la literatura. Yo había sido una de aquellas adolescentes que se escapan de clase, garabatean versos en un cuaderno y que, cuando un individuo melenado, con aires de escritor que publica, las mira, bajan la cabeza porque temen que quiera acostarse con ellas y ellas saben que tendrán que decirle que sí. Yo también había hecho novillos para tocar el mármol de la literatura y había fantaseado con ser poetisa o musa de novelista.

Infectada de literaturosis, a la estudiante de entonces le gustaba imaginar, desde aquel mismo Café Lyon, que era una joven de provincias que había llegado a la gran ciudad a pasar un hambre sublime mientras publicaba versos y rompía el corazón a algún escritor maduro y arrogante. Sueños calcados de otros sueños.

Habían pasado nueve años y con ellos mis aspiraciones poéticas se habían esfumado y casi por completo las literarias. El negro de mi pelo había pasado a ser pelirrojo, las camisas amplias que me llegaban por debajo del culo se convirtieron en vestidos minifalderos y, con la misma incuestionable diligencia con que uno se ducha o se lava los dientes, ahora nunca salía a la calle sin pintarme los labios de rojo furioso.

Así entré esa mañana en el café, casi recién llegada de la provincia en la que había trabajado durante un año, vestida de época sin saberlo, fiel al estilo que defendían a diario por la calle cientos de chicas en el Madrid de los ochenta. Por raro que pueda parecer no fue la entonces capital de los modernos la que me había desinhibido y transformado sino la provincia, en la que sola y con un niño muy chico me sentí más desgraciada pero también más libre. Me fui progre de Madrid y volví moderna y con unas cuantas expresiones ordinarias que jamás antes se me habían venido a la boca. No fue rara la transformación, como no son raros los cambios en las personas muy jóvenes, aunque mi marido (al que jamás llamé mi marido) viviera los cambios estéticos como una traición a la ideología o a la misma esencia de uno. Pero yo por entonces no tenía esencia, aún la andaba buscando. Ni tan siquiera se me ocurría defenderme de sus críticas con la razón más poderosa de todas: la esencia misma de la juventud está en el cambio.

Volví a Madrid renunciando al puesto de locutora que me habían asignado tras unas oposiciones; volvía con sensación de fracaso y de pérdida anticipada. Lejos de ser la muchacha de provincias que desea conquistar la ciudad, era la chica de ciudad que tras pasar un año fuera sospechaba que su lugar le había sido arrebatado. No era distinta de la niña que al volver al colegio tras una enfermedad advierte que en tan sólo una semana todas las alianzas de amistad se han trastocado: yo regresaba a Madrid y trataba de recomponer el mundo anterior a mi marcha.

Era más huérfana ahora que a los dieciséis años, aunque fuera en aquellos días de mármol literario cuando acababa de morir mi madre; más vulnerable también por haber crecido sin madurar, aplazando el duelo de orfandad casi una década, un duelo que la rabia o el rencor habían contenido hasta encontrarlo en algún lugar del corazón. La desprotección se me hacía evidente siendo ahora yo la que debía proteger a una criatura de tres años.

Volvía con el pelo panocha, vestidito pop, mallas, cejas negras y rotundas y labios pintados de rojo. Era ya una fotografía de época. Pero la maternidad, tan poco habitual entre mis iguales (las chicas de pelo panocha y labios rojos de mi generación), me convertía en una extraña entre los habitantes de mi propia fauna.


ELVIRA LINDO.

viernes, 29 de octubre de 2010

La caída de los gigantes


El mismo día que Jorge V fue coronado rey en la abadía de Westminster, en Londres, Billy Williams bajó por primera vez a la mina en Aberowen, Gales del Sur.

El 22 de junio de 1911, Billy cumplía trece años. Su padre empleó su técnica habitual para despertarlo, un método que se caracterizaba por ser mucho más expeditivo y eficaz que cariñoso, y que consistía en darle palmaditas en la mejilla a un ritmo regular, con firmeza e insistencia, una y otra vez. El muchacho dormía profundamente y, por un momento, trató de hacer caso omiso de aquellos cachetes, pero los golpes se sucedían incesantes. Experimentó una brusca y fugaz sensación de enfado, pero entonces se acordó de que tenía que levantarse, de que hasta tenía ganas de hacerlo, de modo que abrió los ojos y se incorporó de golpe en la cama.

-Son las cuatro- anunció su padre antes de salir de la alcoba, y acto seguido se oyó el fuerte ruido de sus botas al bajar por los peldaños de la escalera de madera.

Ese día, Billy iba a empezar a trabajar como aprendiz minero, al igual que había hecho la mayoría de los hombres de su ciudad a su misma edad. Le habría gustado sentirse más ilusionado ante la idea de ser minero, pero estaba decidido a no hacer el ridículo: David Crampton lloró en su primer día en la mina y aún lo llamaban Dai el Llorica, a pesar de que tenía veinticinco años y era la estrella del equipo de rugby local.

Era el día después del solsticio de verano, y la luminosa claridad de los primeros rayos del alba penetraba por el ventanuco del cuarto. Billy miró a su abuelo, acostado a su lado, y vio que tenía los ojos abiertos. Cuando Billy se levantaba, el anciano siempre estaba despierto, invariablemente; decía que los viejos no dormían demasiado.

El muchacho salió de la cama; sólo llevaba los calzoncillos. Cuando hacía frío, dormía con camisola, pero aquel año las islas británicas estaban disfrutando de un verano caluroso, y las noches eran suaves. Sacó el orinal de debajo de la cama y levantó la tapa.

No había habido ningún cambio en el tamaño de su pene, al que llamaba su “pito”; seguía siendo la misma colita infantil que había sido siempre. Tenía la esperanza de que hubiese empezado a crecerle la víspera de su cumpleaños, o si no, al menos, de ver brotar algún que otro pelo negro alrededor, pero se llevó una gran decepción. Para su mejor amigo, Tommy Griffiths, que había nacido el mismo día que él, la cosa había sido distinta: le había cambiado la voz y hasta le había salido una pelusilla oscura encima del labio superior. Además, para colmo, su pito era como el de un hombre hecho y derecho. Aquello era humillante.

Mientras usaba el orinal, Billy miró por la ventana. Lo único que se veía desde allí era la escombrera, un montículo gris pizarra de estéril, la materia inservible de la mina de carbón, esquisto y arenisca en su mayor parte. Aquel era el aspecto que debía de tener el mundo el segundo día de la Creación, pensó Billy, antes de que Dios dijese: “Produzca la tierra hierba verde”. Una brisa suave levantó una fina capa de polvo negro de la escombrera y la derramó sobre la hilera de casas.

En el interior de su alcoba, todavía había menos objetos que contemplar. Se encontraba en la parte posterior de la casa, era un espacio angosto en el que a duras penas cabía la cama estrecha, una cómoda y el viejo baúl del abuelo. Colgado de la pared había un dechado bordado donde se leía:

CREE EN EL
SEÑOR JESUCRISTO
Y ESTARÁS
A SALVO

No había espejo.

Una puerta llevaba a lo alto de la escalera y la otra al dormitorio principal, al que sólo podía accederse atravesando la pequeña alcoba. La otra habitación era más grande, con espacio para dos camas, y allí dormían mamá y papá; incluso la hermanas de Billy había dormido allí, varios años antes. La mayor, Ethel, ya no vivía con ellos, y las otras tres habían muerto, una de sarampión, otra de tos ferina y la tercera de difteria. También había tenido un hermano mayor, que compartió la cama con Billy antes del abuelo. Se llamaba Wesley y murió abajo, en la mina, arrollado por una vagoneta fuera de control, por uno de los carros con ruedas que transportaban el carbón.

Billy se puso la camisa, la misma que había llevado a la escuela la jornada anterior. Ese día era jueves, y sólo se cambiaba de camisa los domingos. Sin embargo, sí tenía un par nuevo de pantalones, sus primeros pantalones largos, hechos de un recio algodón impermeable al que llamaban piel de topo. Eran el símbolo del ingreso en el mundo de los hombres, y se los puso con orgullo, disfrutando de la sensación fuertemente masculina de la tela. Se ciñó un grueso cinturón de cuero y las botas que había heredado de Wesley y, a continuación, bajó las escaleras.


KENT FOLLET.

martes, 26 de octubre de 2010

El Señor de las Moscas


El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco:

-¡Eh –decía-, aguarda un segundo!

La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo.

-Aguarda un segundo –dijo la voz-, estoy atrapado.

El muchacho rubio se detuvo y se estiró las medias con un ademán instintivo, que por un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres.

De nuevo habló la voz.

-No puedo casi moverme con estas dichosas trepadoras.

El dueño de aquella voz salió de la maleza andando de espaldas y las ramas arañaron su grasiento anorak. Tenía desnudas y llenas de rasguños las gordas rodillas. Se agachó para arrancarse cuidadosamente las espinas. Después se dio la vuelta. Era más bajo que el otro muchacho y muy gordo. Dio unos pasos, buscando lugar seguro para sus pies, y miró tras sus gruesas gafas.

-¿Dónde está el hombre del megáfono?

El muchacho sacudió la cabeza.

-Estamos en una isla. Por lo menos, eso me parece. Lo de allá fuera, en el mar, es un arrecife. Me parece que no hay personas mayores en ninguna parte.

El otro muchacho miró alarmado.

-¿Y aquel piloto? Pero no estaba con los pasajeros, es verdad, estaba más adelante, en la cabina.

El muchacho rubio miró hacia el arrecife con los ojos entornados.

-Todos los otros chicos… -siguió el gordito-. Alguno tiene que haberse salvado. ¿Se habrá salvado alguno, verdad?

El muchacho rubio empezó a caminar hacia el agua afectando naturalidad. Se esforzaba por comportarse con calma y, a la vez, sin parecer demasiado indiferente, pero el otro se apresuró tras él.

-¿No hay más personas mayores en este sitio?

-Me parece que no.

El muchacho rubio había dicho esto en un tono solemne, pero enseguida le dominó el gozo que siempre produce una ambición realizada, y en el centro del desgarrón de la selva brincó dando media voltereta y sonrío burlonamente a la figura invertida del otro.

-¡Ni una persona mayor!

En aquel momento el muchacho gordo pareció acordarse de algo.

-El piloto aquel.

El otro dejó caer sus pies y se sentó en la tierra ardiente.

-Se marcharía después de soltarnos a nosotros. No podía aterrizar aquí, es imposible para un avión con ruedas.

-¡Será que nos han atacado!

-No te preocupes, que ya volverá.

Pero el gordo hizo un gesto de negación con la cabeza.

-Cuando bajábamos miré por una de las ventanillas aquellas. Vi la otra parte del avión y salían llamas.


WILLIAM GOLDING.

martes, 19 de octubre de 2010

Seda


Aunque su padre había imaginado para él un brillante porvenir en el ejército, Hervé Joncour había acabado ganándose la vida con una insólita ocupación, tan amable que, por singular ironía, traslucía un vago aire femenino.

Para vivir, Hervé Joncour compraba y vendía gusanos de seda.

Era 1861. Flaubert estaba escribiendo Salammbô, la luz eléctrica era todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en una guerra cuyo final no vería.

Hervé Joncour tenía treinta y dos años.

Compraba y vendía.

Gusanos de seda.

Para ser más precisos, Hervé Joncour compraba y vendía los gusanos de seda cuando ser gusanos de seda consistía en ser minúsculos huevos, de color amarillo o gris, inmóviles y aparentemente muertos. Sólo en la palma de una mano se podían sostener millares.

“Es lo que se dice tener una fortuna al alcance de la mano”.

A principios de mayo los huevos se abrían, liberando una larva que, tras treinta días de enloquecida alimentación a base de hojas de morera, procedía a recluirse nuevamente en un capullo, para evadirse luego del mismo definitivamente dos semanas más tarde, dejando tras de sí un patrimonio que, en seda, se podía calcular en mil metros de hilo en crudo y, en dinero, en una buena cantidad de francos franceses; siempre y cuando todo ello acaeciera según las reglas y, como en el caso de Hervé Joncour, en alguna región de la Francia meridional.

Lavilledieu era el nombre del pueblo en que Hervé Joncour vivía.

Hélène, el de su mujer.

No tenían hijos.

Para evitar los daños de las epidemias que cada vez más a menudo sufrían los viveros europeos, Hervé Joncour se lanzaba a comprar los huevos de gusano de seda más allá del Mediterráneo, en Siria y en Egipto. En esto consistía la parte más exquisitamente aventurada de su trabajo. Cada año, a principios de enero, partía. Atravesaba mil seiscientas millas de mar y ochocientos kilómetros de tierra. Seleccionaba los huevos, discutía el precio, los compraba. Después retornaba, atravesaba ochocientos kilómetros de tierra y mil seiscientas millas de mar y volvía a Lavilledieu, generalmente el primer domingo de abril, generalmente a tiempo para la misa mayor.

Trabajaba todavía dos semanas más para preparar los huevos y venderlos.

Durante el resto del año, descansaba.


ALESSANDRO BARICCO.

jueves, 14 de octubre de 2010

El tiempo entre costuras


Una máquina de escribir reventó mi destino. Fue una Hispano-Olivetti y de ella me separó durante semanas el cristal de un escaparate. Visto desde hoy, desde el parapeto de los años transcurridos, cuesta creer que un simple objeto mecánico pudiera tener el potencial suficiente como para quebrar el rumbo de una vida y dinamitar en cuatro días todos los planes trazados para sostenerla. Así fue, sin embargo y nada pude hacer para impedirlo.

No eran en realidad grandes proyectos los que yo atesoraba por entonces. Se trataba tan sólo de aspiraciones cercanas, casi domésticas, coherentes con las coordenadas del sitio y el tiempo que me correspondió vivir; planes de futuro asequibles a poco que estirara las puntas de los dedos. En aquellos días mi mundo giraba lentamente alrededor de unas cuantas presencias que yo creía firmes e imperecederas. Mi madre había configurado siempre la más sólida de todas ellas. Era modista, trabajaba como oficiala en un taller de noble clientela. Tenía experiencia y buen criterio, pero nunca fue más que una simple costurera asalariada; una trabajadora como tantas otras que, durante diez horas diarias, se dejaba las uñas y las pupilas cortando y cosiendo, probando y rectificando prendas destinadas a cuerpos que no eran el suyo y a miradas que raramente tendrían por destino a su persona. De mi padre sabía poco entonces. Nada, apenas. Nunca lo tuve cerca; tampoco me afectó su ausencia. Jamás sentí excesiva curiosidad por saber de él hasta que mi madre, a mis ocho o nueve años, se aventuró a proporcionarme algunas migas de información. Que él tenía otra familia, que era imposible que viviera con nosotras. Engullí aquellos datos con la misma prisa y escasa apetencia con las que rematé las últimas cucharadas del potaje de Cuaresma que tenía frente a mí: la vida de aquel ser ajeno me interesaba bastante menos que bajar con premura a jugar a la plaza.

Había nacido en el verano de 1911, el mismo año en el que Pastora Imperio se casó con el Gallo, vio la luz en México Jorge Negrete, y en Europa decaía la estrella de un tiempo al que llamaron la Belle époque. A lo lejos comenzaban a oírse los tambores de lo que sería la primera gran guerra y en los cafés de Madrid se leía por entonces El Debate y El Heraldo mientras la Chelito, desde los escenarios, enfebrecía a los hombres moviendo con descaro las caderas a ritmo de cuplé. El rey Alfonso XIII, entre amante y amante, logró arreglárselas para engendrar en aquellos meses a su quinta hija legítima. Al mando de su gobierno estaba entretanto el liberal Canalejas, incapaz de presagiar que tan sólo un año más tarde un excéntrico anarquista iba a acabar con su vida descerrajándole dos tiros en la cabeza mientras observaba las novedades de la librería San Martín.

Crecí en un entorno moderadamente feliz, con más apreturas que excesos pero sin grandes carencias ni frustraciones. Me crié en una calle estrecha de un barrio castizo de Madrid, junto a la plaza de la Paja, a dos pasos del Palacio Real. A tiro de piedra del bullicio imparable del corazón de la ciudad, en un ambiente de ropa tendida, olor a lejía, voces de vecinas y gatos al sol. Asistí a una rudimentaria escuela en una entreplanta cercana: en sus bancos, previstos para dos cuerpos, nos acomodábamos de cuatro en cuatro los chavales, sin concierto y a empujones para recitar a voz en grito La canción del pirata y las tablas de multiplicar. Aprendí allí a leer y a escribir, a manejar las cuatro reglas y el nombre de los ríos que surcaban el mapa amarillento colgado de la pared. A los doce años acabé mi formación y me incorporé en calidad de aprendiza al taller en el que trabajaba mi madre. Mi suerte natural.

Del negocio de Doña Manuela Godina, su dueña, llevaban décadas saliendo prendas primorosas, excelentemente cortadas y cosidas, reputadas en todo Madrid. Trajes de día, vestidos de cóctel, abrigos y capas que después serían lucidos por señoras distinguidas en sus paseos por la Castellana, en el Hipódromo y el polo de Puerta de Hierro, al tomar té en Sakuska y cuando acudían a las iglesias de relumbrón. Transcurrió algún tiempo, sin embargo, hasta que comencé a adentrarme en los secretos de la costura. Antes fui la chica para todo del taller: la que removía el picón de los braseros y barría del suelo los recortes, la que calentaba las planchas en la lumbre y corría sin resuello a comprar hilos y botones a la plaza de Pontejos. La encargada de hacer llegar a las selectas residencias los modelos recién terminados envueltos en grandes sacos de lienzo moreno: mi tarea favorita, el mejor entretenimiento en aquella carrera incipiente. Conocí así a los porteros y chóferes de las mejores fincas, a las doncellas, amas y mayordomos de las familias más adineradas. Contemplé sin apenas ser vista a las señoras más refinadas, a sus hijas y maridos. Y como un testigo mudo, me adentré en sus casas burguesas, en palacetes aristocráticos y en los pisos suntuosos de los edificios con solera. En algunas ocasiones no llegaba a traspasar las zonas de servicio y alguien del cuerpo de casa se ocupaba de recibir el traje que yo portaba; en otras, sin embargo, me animaban a adentrarme hasta los vestidores y para ello recorría los pasillos y atisbaba los salones, y me comía con los ojos las alfombras, las lámparas de araña, las cortinas de terciopelo y los pianos de cola que a veces alguien tocaba y a veces no, pensando en lo extraña que sería la vida en un universo como aquel.


MARÍA DUEÑAS.

lunes, 11 de octubre de 2010

Travesuras de la niña mala


Aquel fue un verano fabuloso. Vino Pérez Prado con su orquesta de doce profesores a animar los bailes de Carnavales del Club Terrazas de Miraflores y del Lawn Tenis de Lima, se organizó un campeonato nacional de mambo en la Plaza de Acho que fue un gran éxito pese a la amenaza del Cardenal Juan Gualberto Guevara, arzobispo de Lima, de excomulgar a todas las parejas participantes, y mi barrio, el Barrio Alegre de las calles miraflorinas de Diego Ferré, Juan Fanning y Colón, disputó unas olimpiadas de fulbito, ciclismo, atletismo y natación con el barrio de la calle San Martín, que, por supuesto, ganamos.

Ocurrieron cosas extraordinarias en aquel verano de 1950. Cojinoba Lañas le cayó por primera vez a una chica -la pelirroja Seminauel- y ésta, ante la sorpresa de todo Miraflores, le dijo que sí. Cojinoba se olvidó de su cojera y andaba desde entonces por las calles sacando pecho como un Charles Atlas. Tico Tiravante rompió con Ilse y le cayó a Laurita, Víctor Ojeda le cayó a Ilse y rompió con Inge, Juan Barreto le cayó a Igne y rompió con Ilse. Hubo tal recomposición sentimental en el barrio que andábamos aturdidos, los enamoramientos se deshacían y rehacían y al salir de las fiestas de los sábados las parejas no siempre eran las mismas que entraron. "¡Qué relajo!", se escandalizaba mi tía Alberta, con quien yo vivía desde la muerte de mis padres.

Las olas de los baños de Miraflores rompían dos veces, allá a lo lejos, la primera a doscientos metros de la playa, y hasta allí íbamos a bajarlas a pecho los valientes, y nos hacíamos arrastrar unos cien metros, hasta donde las olas morían sólo para reconstruirse en airosos tumbos y romper de nuevo, en una segunda reventazón que nos deslizaba a los corredores de olas hasta las piedrecitas de la playa.

Aquel verano extraordinario, en las fiestas de Miraflores todo el mundo dejó de bailar valses, corridos, blues, boleros y huarachas, porque el mambo arrasó. El mambo, un terremoto que tuvo moviéndose, saltando, brincando, haciendo figuras, a todas las parejas infantiles, adolescentes y maduras en las fiestas del barrio. Y seguramente lo mismo ocurría fuera de Miraflores, más allá del mundo y de la vida, en Lince, Breña, Chorrillos, o los todavía más exóticos barrios de La Victoria, el centro de Lima, el Rímac y el Porvenir, que nosotros, los miraflorinos, no habíamos pisado ni pensábamos tener que pisar jamás.

Y así como de los valsecitos y las huarachas, las sambas y las polcas habíamos pasado al mambo, pasamos también de los patines y los patinetes a la bicicleta, y algunos, Tato Monje y Tony Espejo por ejemplo, a la moto, e incluso uno o dos al automóvil, como el grandulón del barrio, Luchín, que le robaba a veces el Chevrolet convertible a su papá y nos llevaba a dar una vuelta por los malecones, desde el Terrazas hasta la quebrada de Armendáriz, a cien por hora.

Pero el hecho más notable de aquel verano fue la llegada a Miraflores, desde Chile, su lejanísimo país, de dos hermanas cuya presencia llamativa y su inconfundible manerita de hablar, rapidito, comiéndose las últimas sílabas de las palabras y rematando las frases con una aspirada exclamación que sonaba como un "pué", nos pusieron de vuelta y media a todos los miraflorinos que acabábamos de mudar el pantalón corto por el largo. Y, a mí, más que a los otros.

La menor parecía la mayor y viceversa. La mayor se llamaba Lily y era algo más bajita que Lucy, a la que le llevaba un año. Lily tendría catorce o quince años a lo más y Lucy trece o catorce. El adjetivo llamativa parecía inventado para ellas, pero, sin dejar de serlo, Lucy no lo era tanto como su hermana, no sólo porque sus cabellos eran menos rubios y más cortos y porque se vestía con más sobriedad que Lily, sino porque era más callada y, a la hora de bailar, aunque también hacía figuras y quebraba la cintura con una audacia a la que ninguna miraflorina se atrevería, parecía una chica recatada, inhibida y casi sosa en comparación con ese trompo, esa llama al viento, ese fuego fatuo que era Lily cuando, instalados los discos en el pick up, reventaba el mambo y nos poníamos a bailar.


MARIO VARGAS LLOSA.

jueves, 7 de octubre de 2010

Carta de una desconocida


Cuando por la mañana temprano el famoso novelista R. regresó a Viena después de una refrescante salida de tres días a la montaña, decidió comprar el periódico. A pasar la vista por encima de la fecha, recordó que era su cumpleaños. Cuarenta y uno, se dijo, pero esta constatación no le agradaba ni le desagradaba. Echó un vistazo a las crujientes páginas del periódico y se fue a su casa en un coche de alquiler. El mayordomo le informó de dos visitas y de algunas llamadas recibidas durante su ausencia, y le entregó el correo acumulado en una bandeja. Él lo examinó con indolencia y abrió un par de sobres cuyos remites le interesaron; vio una carta con caligrafía desconocida y apariencia demasiado voluminosa que, en un principio, dejó de lado. Entretanto le sirvieron el té. Se reclinó cómodamente en la butaca, hojeó el periódico y algunos folletos. Después encendió un cigarro y cogió la carta a la que no había prestado atención.

Era un pliego de unos veinticinco folios escritos precipitadamente con letra femenina, desconocida y nerviosa; más que una carta parecía un manuscrito. Palpó de nuevo el sobre, instintivamente, por si encontraba alguna nota aclaratoria. Estaba vacío. En él no había más que aquellas hojas; ni la dirección del remitente ni tan siquiera una firma. Qué extraño, pensó, y cogió nuevamente la carta. "A ti, que nunca me has conocido", ponía como encabezamiento, como si fuera un título.

Perplejo, se planteó: ¿Iba esto dirigido a él o a una persona imaginaria? De pronto se despertó su curiosidad, y empezó a leer.


STEFAN ZWEIG.

martes, 5 de octubre de 2010

El amor en los tiempos del cólera


Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario al ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.

Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado, y junto a él estaban las muletas. El cuarto sofocante y abigarrado que hacía al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta, pero era luz bastante para reconocer de inmediato la autoridad de la muerte. Las otras ventanas, así como cualquier resquicio de la habitación, estaban amordazadas con trapos o selladas con cartones negros, y eso aumentaba su densidad opresiva. Había un mesón atiborrado de frascos y pomos sin rótulos, y dos cubetas de peltre descascarado bajo un foco ordinario cubierto de papel rojo. La tercera cubeta, la del líquido fijador, era la que estaba junto al cadáver. Había revistas y periódicos viejos por todas partes, pilas de negativos en placas de vidrio, muebles rotos, pero todo estaba preservado del polvo por una mano diligente. Aunque el aire de la ventana había purificado el ámbito, aún quedaba para quien supiera identificarlo el rescoldo tibio de los amores sin ventura de las almendras amargas. El doctor Juvenal Urbino había pensado más de una vez, sin ánimo premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios. Pero con el tiempo terminó por suponer que su desorden obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia.

Un comisario de policía se había adelantado con un estudiante de medicina muy joven que hacía su práctica forense en el dispensario municipal, y eran ellos quienes habían ventilado la habitación y cubierto el cadáver mientras llegaba el doctor Urbino. Ambos lo saludaron con una solemnidad que esa vez tenía más de condolencia que de veneración, pues nadie ignoraba el grado de su amistad con Jeremiah de Saint-Amour. El maestro eminente estrechó la mano de ambos, como lo hacía desde siempre con cada uno de sus alumnos antes de empezar la clase diaria de clínica general, y luego agarró el borde de la manta con las yemas del índice y el pulgar, como si fuera una flor, y descubrió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental. Estaba desnudo por completo, tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, y como cincuenta años más viejo que la noche anterior. Tenía las pupilas diáfanas, la barba y los cabellos amarillentos, y el vientre atravesado por una cicatriz antigua cosida con nudos de enfardelar. Su torso y sus brazos tenían una envergadura de galeote por el trabajo de las muletas, pero sus piernas inermes parecían de huérfano. El doctor Juvenal Urbino lo contempló un instante con el corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su contienda estéril contra la muerte.

- Pendejo -le dijo-. Ya lo peor había pasado.

Volvió a cubrirlo con la manta y recobró su prestancia académica. En el año anterior había celebrado los ochenta con un jubileo oficial de tres días, y en el discurso de agradecimiento se resistió una vez más a la tentación de retirarse. Había dicho: “Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera, pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos”. Aunque oía cada vez menos con el oído derecho y se apoyaba en un bastón con empuñadura de plata para disimular la incertidumbre de sus pasos, seguía llevando con la compostura de sus años mozos el vestido entero de lino con el chaleco atravesado por la leontina de oro. La barba de Pasteur, color de nácar, y el cabello del mismo color, muy bien aplanchado y con la raya neta en el centro, eran expresiones fieles de su carácter. La erosión de la memoria cada vez más inquietante la compensaba hasta donde le era posible con notas escritas de prisa en papelitos sueltos, que terminaban por confundirse en todos sus bolsillos, al igual que los instrumentos, los frascos de medicinas, y otras tantas cosas revueltas en el maletín atiborrado. No sólo era el médico más antiguo y esclarecido de la ciudad, sino el hombre más atildado. Sin embargo, su sapiencia demasiado ostensible y el modo nada ingenioso de manejar el poder de su nombre le habían valido menos afectos de los que merecía.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.

domingo, 27 de junio de 2010

La canción de autor siempre ha estado estigmatizada


Las personas luchan por sobrevivir y él les ruega que vivan, que no dejen que el sistema los engañe una vez más y les arrebate la dignidad. Ismael Serrano no ha podido evitar que la crisis económica y ética dicte su último trabajo. Siempre tuvo tiempo para gritar por las desgracias de los desiertos, por los expolios de las selvas, por las tragedias de los territorios ocupados o las ciudades perdidas en el mapa. Hoy lo sigue haciendo, pero presta especial atención a la tristeza española. El jueves trae su disco nuevo al Teatro Leal de La Laguna.

- Su nuevo disco se titula Acuérdate de vivir. ¿No es un reclamo difícil en unos tiempos en los que la mayoría de la gente se esfuerza por sobrevivir?

"Quizá ésa sea la razón del título, porque es difícil vivir, pero es urgente también. La lucha por la supervivencia hace que a veces ni siquiera reparemos en las condiciones en las que vivimos. Se trata de ser exigente con la realidad, de ser autocrítico y ser capaz de revisar hasta qué punto lo que hacemos en nuestra vida se parece a aquello con lo que soñamos. Es complicado, pero merece la pena intentarlo".

- ¿Echa en falta que la sociedad española salga a la calle a decir no a la forma en que los gobiernos, el de España en particular, está afrontando esta crisis?

"Sí, la opinión pública debería mostrar su disconformidad. Porque lo que revela el hecho de que se hayan adoptado las medidas que se han adoptado es que existe un grado de déficit democrático. La sensación que a uno le queda es que los gobernantes de este país han establecido su propio modelo económico y social después de que el sistema financiero, o el mercado, haya impuesto su chantaje y sus reglas. No sé quién ha demostrado que el detrimento de los derechos de los trabajadores hace que mejoren las condiciones en las que vivimos".

- En sus giras acostumbra a usar una frase de José Saramago: "En el mundo hay dos superpotencias, una es Estados Unidos; la otra eres tú, la opinión pública". Ahora que acaba de fallecer, ¿considera que su frase está vigente?

"Espero que así sea, lo que pasa es que la opinión pública, en términos generales, no es consciente de su capacidad para cambiar la realidad. Es una pena, porque en los momentos en los que estalló la crisis parecía que era otra la sensación. Se hablaba de cosas de las que hasta entonces era pecado hablar de ellas. Pero todo quedó en nada".

- ¿Cree que la figura del cantautor en España, siempre estigmatizada, puede resurgir con más fuerza ahora que la sociedad necesita más sentirse acompañada en sus tristezas?

"A veces me pregunto si este hecho es nuevo. En los 70 es verdad que la canción de autor tomó un gran protagonismo, pero porque había unas necesidades de cambio muy grandes y porque representaba un fenómeno social. No sé hasta qué punto siempre ha estado estigmatizada la canción de autor. Toda aquella persona que cuestione la realidad, cómo están conectadas las cosas... No parece estar bien visto... Pero sí es verdad que de un tiempo a esta parte la canción de autor está especialmente estigmatizada. Es porque que vivimos en un país en el que hay cierto pudor a definirse ideológicamente, a hacer ciertos cuestionamientos políticos. Y eso tiene que ver con nuestra historia, con el paradigma de las dos Españas, con ese empeño en la confrontación visceral, que no aporta mucho a cualquier debate".

- Hablando de esta falta de compromiso político Zapatero consiguió que una serie de artistas se alinearan con su proyecto; los artistas de la ceja. ¿Qué cree que pensarán ahora al ver como el Ejecutivo socialista tira por tierra muchas promesas sociales?

"Bueno, no lo sé. Yo no lo apoyé porque pertenezco a otro ámbito de la izquierda más exigente. No obstante, cada cual es libre de hacer lo que quiera. Hay gente que seguramente, con muy buena voluntad, creyó en su proyecto y le apoyó, es legítimo y normal. La putada es que en nuestro país no esté normalizado este tipo de cosas, que uno pueda adherirse a un partido y que no influya en tu futuro profesional. Ni para bien ni para mal, quiero decir".

- Recientemente viajó a Gaza a grabar un disco para ayudar a los niños que viven allí. Ahora, con el ataque a la flotilla humanitaria, se ha abierto un debate sobre si debería instaurarse un bloqueo contra Israel. ¿Considera que es un mecanismo efectivo a nivel político, a nivel ético y a nivel humano?

"Creo que más que un bloqueo, lo que hay que hacer es presionar de otra forma. Cualquier bloqueo afecta a la sociedad, a los ciudadanos, y pagan justos por pecadores. De lo que se trata es de exigir que se cumpla el Derecho Internacional y que se castigue penalmente cualquier delito en ese sentido. Las resoluciones de la ONU se incumplen constantemente. Lo que he visto en Palestina es que los incumplimientos se producen a diario y aquello es muy, muy duro".

- Silvio Rodríguez dijo recientemente que Cuba tiene que quitarle ya la letra r a la palabra revolución. ¿Cómo ha llegado alguien como él, exponente del movimiento, a este punto?

"Silvio tiene mucha razón. Yo creo en el derecho a la disidencia, siempre, aun cuando la disidencia defienda algo que está en las antípodas de lo que yo creo. También considero que si algo ha alimentado la situación que vive Cuba es el bloqueo, pero no ha sido todo. Es una situación muy difícil la que viven allí. Hay presos políticos y hay un déficit democrático evidente que, para los que creemos en la revolución cubana, para los que creemos que era un sueño maravilloso, resulta muy doloroso".

- Además de todas estas crisis que vive el mundo, la música lleva años sufriendo la suya propia. Cuando presentó su disco dio un concierto on line; en Santiago de Chile, a los que compraron la entrada para su recital se les regaló la descarga del cd; Bunbury va a ofrecer un concierto en 3D ¿La música está reinventándose para salir adelante?

"Sí, tiene que buscar apoyos en las nuevas tecnologías, pero las nuevas tecnologías tendrían que ser cómplices, una herramienta útil. Uno debe buscar esa complicidad, más aun sabiendo que cada vez es más difícil promocionar cierto tipo de música en los medios de comunicación convencionales. Deberían ser los aliados naturales, pero son cada vez más herméticos".

- Hay artistas que están optando por la autogestión. ¿Es una buena alternativa?

"Sí, es muy buena. Pero es muy difícil y costosa. Es una iniciativa muy valiente. Los amigos que tengo que han optado por la autogestión de sus trabajos son unos héroes. Uno cada vez va asumiendo más responsabilidades, más trabajo, y parece como si el estado de las cosas te empujara hacia ese lugar, pero añade dificultades logísticas".

- ¿Es necesario llegar al extremo de las desconexiones para acabar con las descargas ilegales en Internet?

"No, creo que hay que apelar a la responsabilidad de cada cual. Hay que ver quiénes son los que verdaderamente se benefician de esas descargas, quiénes se están enriqueciendo con ellas. Y si pensamos en ellos encontraremos a los verdaderos responsables para solucionar esto".

Temas sexistas

El Instituto Canario de la Mujer publicó hace muy poco un listado de canciones sexistas en el que se incluía desde temas de reggaeton hasta canciones de Operación Triunfo. Ismael Serrano tiene claro que es una "medida muy delicada". "Hay que tener especial cuidado con el sexismo en lo cotidiano, y es cierto que el reggaeton es excesivo, pero se trata de expresiones artísticas. Entonces, ¿Lolita [de Vladimir Nabokov] fomenta la pederastia? No me parece mal que se hable de ello, de hasta dónde hay que llegar. Pero deben buscarse los límites entre lo que es la pedagogía a la gente más joven, lo que es el sexismo, y lo que tiene que ser reprobable éticamente. Hay que separarlo las expresiones artísticas y la ficción de la realidad. Yo he escuchado canciones que me parecen aberrantes. Lo complicado es decidir qué es aberrante y qué no. Porque al final, el problema está en que existe una demanda para determinada música". Un desequilibrio fomentado por el consumo de masas que también ha afectado al hecho artístico en lo que se ha venido a denominar industria cultural.

DIARIO DE AVISOS.

viernes, 18 de junio de 2010

Ensayo sobre la ceguera


Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra de asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación, o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.

Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego.

Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas, repentinamente revueltas, todo eso, cualquiera lo puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como si aún quisiera retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. El semáforo había cambiado de color, algunos transeúntes curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, allá atrás, que no sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo que creían un accidente de tráfico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado, nada que justificara tanta confusión. Llamen a la policía, gritaban, saquen eso de ahí. El ciego imploraba, Por favor, que alguien me lleve a casa. La mujer que había hablado de nervios opinó que deberían llamar a una ambulancia, llevar a aquel pobre hombre al hospital, pero el ciego dijo que no, que no quería tanto, sólo quería que lo acompañaran hasta la puerta de la casa donde vivía, Está ahí al lado, me harían un gran favor, Y el coche, preguntó una voz. Otra voz respondió, La llave está ahí, en su sitio, podemos aparcarlo en la acera. No es necesario, intervino una tercera voz, yo conduciré el coche y llevo a este señor a su casa. Se oyeron murmullos de aprobación. El ciego notó que lo agarraban por el brazo, Venga, venga conmigo, decía la misma voz. Lo ayudaron a sentarse en el asiento de al lado del conductor, le abrocharon el cinturón de seguridad. No veo, no veo, murmuraba el hombre llorando, Dígame dónde vive, pidió el otro. Por las ventanillas del coche acechaban caras voraces, golosas de la novedad. El ciego alzó las manos ante los ojos, las movió, Nada, es como si estuviera en medio de una niebla espesa, es como si hubiera caído en un mar de leche, Pero la ceguera no es así, dijo el otro, la ceguera dicen que es negra, Pues yo lo veo todo blanco, A lo mejor tiene razón la mujer, será cosa de nervios, los nervios son el diablo, Yo sé muy bien lo que es esto, una desgracia, sí, una desgracia, Dígame dónde vive, por favor, al mismo tiempo se oyó que el motor se ponía en marcha. Balbuceando, como si la falta de visión hubiera debilitado su memoria, el ciego dio una dirección, luego dijo, No sé cómo voy a agradecérselo, y el otro respondió, Nada, hombre, no tiene importancia, hoy por ti, mañana por mí, nadie sabe lo que le espera, Tiene razón, quién me iba a decir a mí, cuando salí esta mañana de casa, que iba a ocurrirme una desgracia como ésta. Le sorprendió que continuaran parados, Por qué no avanzamos, preguntó, El semáforo está en rojo, respondió el otro, Ah, dijo el ciego, y empezó de nuevo a llorar. A partir de ahora no sabrá cuándo el semáforo se pone en rojo.

JOSÉ SARAMAGO.

jueves, 17 de junio de 2010

Molina "desnuda" su música


El cantautor canario Andrés Molina presentó el 26 de mayo su nuevo disco, Desnudo. Cerró también el círculo que, a voluntad, abrió en enero en La Laguna y devolvió así su trabajo al teatro Leal, el mismo recinto donde grabó -en directo y acompañado de amigos- este nuevo capítulo de su carrera. En la misma sala donde, hace un año, ensayaba con los músicos que le acompañan en la aventura, el artista presentó y cantó el resultado del "trabajo y el cariño de tantas personas".

En Desnudo, el creador de Yo también nací en el 63 se ha rodeado de muchos amigos. Unas amistades que han escrito algunos de los mejores renglones de la historia reciente de la música en castellano. Acompañan a Molina, en este nuevo disco: Luis Eduardo Aute, Ismael Serrano, Sole Giménez, Mestisay, Luisa Machado, Alberto Méndez, Eva de Goñi, Rogelio Botanz, Caco Senante, Javier Álvarez y Arístides Moreno.

"Estoy encantado de haber podido grabar este directo en el Leal que fue precisamente el sitio donde actué por primera vez. Recuerdo que se fue la luz en toda la ciudad y actuamos con velas en el escenario, fue mágico", recordaba ayer el intérprete.

Molina agradeció la ayuda prestada desde el Ayuntamiento de La Laguna y más concretamente la disposición del equipo del teatro de la calle La Carrera. "Este es mi primer disco en solitario desde hace muchos años. Mi manager fue el que me inspiró la necesidad de darle otros colores e incorporar nuevos arreglos a algunos de mis temas más conocidos. Cuando, finalmente, nos juntamos los músicos y yo, fue cuando todo empezó a tomar forma", explicó.

Un proyecto donde también se han incorporado nuevas canciones. "Aproximadamente el setenta por ciento del repertorio es de nueva creación. Cuatro canciones son de las antiguas, son como una forma de establecer un hilo conductor con lo que ha sido mi carrera. La idea era incorporar una parte representativa de mi repertorio y, al mismo tiempo, darles a estas canciones un tratamiento distinto", explicó.

El nuevo disco, firmado por Tribalia Producciones, cuenta también con el apoyo del Gobierno de Canarias y de la SGAE. En breve, anunciaron los responsables del proyecto, empezará la campaña de promoción del trabajo por varios puntos de la Península. "Creo que en Desnudo hay mucha magia y por eso estoy tranquilo. Ahora queremos darle proyección nacional e internacional. Hacia el mes de octubre editaremos un libro-cd con más de 50 páginas que incluirán once poemas y los textos de las canciones comentados. Esperamos viajar también hasta México, Cuba y Argentina", adelantó el cantautor lagunero.

En el acto también estuvieron presentes el alcalde de La Laguna, Fernando Clavijo, y la concejal de Cultura del consistorio de Aguere, Julia Dorta. Ambos alabaron la trayectoria de Molina y se felicitaron por haber albergado la grabación de su nuevo proyecto discográfico. El cantautor, por su parte, prometió llevar las nuevas canciones por varios puntos de las Islas y Clavijo, mientras, no descartó la posibilidad de que Desnudo vuelva a sonar en breve en el Leal.

LA OPINIÓN DE TENERIFE.

martes, 1 de junio de 2010

Nacer mujer en China


Una mañana temprana de la primavera de 1989, yo atravesaba las calles de Nanjing montada en mi bicicleta Flying Pigeon, soñando despierta con mi hijo PanPan. Los brotes verdes de los árboles, las nubes de aliento escarchado que envolvían a los demás ciclistas, los pañuelos de seda de las mujeres ondeando al viento primaveral, todo ello se fundía con los pensamientos dedicados a mi hijo. Lo estaba criando sola, sin la ayuda de un hombre, y no resultaba nada fácil cuidar de él siendo una madre trabajadora. Sin embargo, no importa el viaje que emprendiera, fuera éste largo o corto, aun durante los rápidos paseos al trabajo, él siempre me acompañaba en el alma y me daba ánimos para seguir adelante.

-¡Eh, pez gordo de la radio, mira por dónde vas!- me gritó un colega cuando entré dando tumbos al recinto de la emisora de radio y televisión en la que trabajaba.

Había dos agentes de policía apostados en la verja. Les mostré mi pase. Una vez dentro, tendría que enfrentarme a otros guardias de seguridad en las entradas de las oficinas y los estudios. La seguridad de la emisora era extremadamente estricta y los empleados recelábamos de los guardias. Circulaba una historia acerca de uno nuevo que se había quedado dormido estando de guardia por la noche y que se puso tan nervioso que mató al compañero que lo había despertado.

Mi oficina se encontraba en la planta dieciséis del imponente edificio moderno de veintiún pisos. Yo prefería subir por las escaleras en lugar de arriesgarme a coger el poco fiable ascensor, que solía estropearse con frecuencia. Cuando llegué a mi mesa, descubrí que me había dejado la llave de la bicicleta en la cerradura. Un colega se apiadó de mí y se ofreció a llamar al guardia de la verja. La cosa no era tan fácil como puede parecer, pues ningún empleado subalterno disponía de un teléfono, y mi colega tendría que acercarse a la oficina del jefe de sección para hacer la llamada. Al final, no obstante, alguien me trajo la llave y el correo. Enseguida me llamó la atención una carta: el sobre estaba hecho con la tapa de un libro y llevaba pegada una pluma de pollo. Según la tradición china, una pluma de pollo es una señal urgente de aflicción.

El remitente de la carta era un joven que la había enviado desde una aldea a unos doscientos kilómetros de Nanjing. La carta decía así:


Muy estimada Xinran:

Escucho todos tus programas. De hecho, todos los habitantes de mi aldea disfrutan escuchándolos. Pero el motivo de mi carta no es contarte lo buenos que son tus programas; te escribo para contarte un secreto.

No es realmente un secreto, porque todo el mundo en la aldea lo sabe. En la aldea hay un anciano lisiado de sesenta años que recientemente compró una joven esposa. La muchacha parece muy joven. Creo que la han secuestrado. Ocurre con cierta frecuencia por aquí, pero muchas de las chicas suelen escaparse más tarde. El anciano teme que su esposa se escape y la tiene atada con una gruesa cadena de hierro. Su cintura está en carne viva por el roce con la pesada cadena: la sangre se ha filtrado a través de sus ropas. Creo que eso la matará. Por favor, sálvala.

Hagas lo que hagas, no menciones mi carta en la radio. Si los aldeanos lo descubren, expulsarán a mi familia.

Espero que tu programa sea cada vez mejor.

Tu leal oyente,
ZHANG XIAOSHUAN


XINRAN XUE.

domingo, 30 de mayo de 2010

sábado, 29 de mayo de 2010

El teatro es fiel reflejo de cómo funciona la economía de un país


Patrick Swayze, Tom Hanks, Hugh Grant, Tim Allen o Woody Harrelson, entre otras estrellas, tomaron "prestada" su voz cuando le tocó ser actor de doblaje. La sombra de Juan Cuesta, el presidente de una de las comunidades vecinales más populares de este país, le persigue allí por donde va. Su silueta alargada se ha paseado por teatros en "Salir del armario"; "Tres versiones de la vida"; "Te veo" o "Ser o no ser", la comedia con la que José Luis Gil (1955) se dejará ver este fin de semana en el teatro Leal de La Laguna. "El riesgo que te da un escenario no lo encuentras en el cine ni en la televisión... El teatro es algo mágico", señala el zaragozano.

El guión de "Ser o no ser" analiza cuestiones que colocan a las personas ante situaciones límites. ¿En el teatro ocurre algo parecido?

El teatro está unido a la sociedad, no va por libre. La idea de que está en crisis es una frase hecha, casi una leyenda urbana que no siempre se ajusta a la realidad del momento. Eso sí, el teatro es el fiel reflejo de cómo funciona la economía de un país.

¿Entonces, se nota la crisis?

Las personas tienen una serie de prioridades que hoy están por delante del ocio. Hay que comer y pagar la hipoteca y el resto importa menos. Esta crisis ha reducido el entretenimiento a la mínima expresión. La gente no ha dejado de invertir en ocio, lo que pasa es que si antes ibas seis veces al cine ahora vas dos.

¿Cómo explica la capacidad de resistencia que tiene el teatro?

El teatro se beneficia de lo mal que está el cine y la televisión. Si estás en tu casa y completas un barrido con el mando a distancia por más de treinta canales y no encuentras nada interesante te ves obligado a acudir a él en busca de una serie de estímulos culturales. El riesgo que te da un escenario no lo encuentras en el cine ni en la televisión... El teatro es mágico.

Usted conoce el espacio del actor de doblaje, el teatro, el cine, la televisión... ¿Dónde se encuentra más cómodo?

Siempre haciendo lo que más me gusta. Un actor nunca debe limitar su campo de acción, pero yo no he hecho demasiado cine. Cuando me ofrecen un papel trato de disfrutar con él y ver hasta dónde lo puedo desarrollar. En este sentido, no me obsesiona realizar una película en la que sé que no me sentiría cómodo. Esa capacidad para elegir estar en el teatro en lugar del cine o la televisión proporciona un enorme grado de autonomía que, en mi caso, trato de aprovechar al máximo. El peligro que sientes en un teatro no te lo proporciona una película o una serie de televisión.

¿Pero, a veces, al público le gusta encontrar en una comedia caras conocidas, rostros televisivos?

Es verdad que en muchas ocasiones en los programas de los teatros aparecen esos famosos (silencio). Yo no creo que tenga demasiada influencia el hecho de que una obra tenga más o menos personajes con experiencia televisiva. Lo importante es que ahí arriba lo hagas bien porque si te equivocas las noticias corren muy rápido y estás acabado. Hay intérpretes que están toda la vida sobre las tablas y nadie los conoce hasta que un día aparecen en la tele.

¿Esa popularidad es un plus?

Los actores que tienen una experiencia televisiva fácilmente reconocible son buenos para el teatro porque si lo hacen bien van a ayudar a que el público se quede con las ganas de volver al teatro. Hay que procurar que los espectadores se marchen a casa encantados con lo que han visto.

¿Le cuesta mucho desprenderse de Juan Cuesta?

La verdad es que no. Lo cojo al oír "acción" y lo dejo cuando el director grita "corten". Otra cosa es que la gente te vincule con él porque les resulta familiar y divertido. Es un personaje que vives con intensidad y con el que compartes algo de tu personalidad, pero nunca te puedes olvidar que se trata de una actuación.

¿Todo se queda en rodaje?

Absolutamente todo (ríe). Nunca me llevo un personaje a casa. Me volvería loco con él. Para que lo que haces tenga un grado de veracidad es necesario que el actor se crea el papel que está interpretando y pueda conectar con el público.

La labor de actor de doblaje es mucho más fría y distante, ¿no?

Es algo que llevo realizando desde hace muchos años, precisamente ahora estoy trabajando en "Toy Story 3", y que tiene su parte positiva. Tanto el público adulto como el infantil -José Luis Gil ha puesto su voz al servicio de "Buscando a Nemo"; "¿Quién engaño a Roger Rabbit?"; "Tarzán"; "Peter Pan: Regreso al país de Nunca Jamás" o "Buzz Lightyear, guardianes del espacio", entre otros títulos,- te proporciona satisfacciones. Hay una emoción especial cuando los años pasan y un día ves una película en la que escuchas tu voz.

EL DÍA.

viernes, 28 de mayo de 2010

La humanidad de Rembrandt


La vida y la obra en Rembrandt Harmenszoon van Rijn (Leiden, 1606-Amsterdam, 1669) están íntimamente ligadas. Este artista holandés, uno de los grandes maestros de la pintura clásica, volcó su profunda humanidad en todas las estampas que ejecutó a lo largo de su vida, unas trescientas, en las que están reflejadas los estados de ánimo, sentimientos y vicisitudes que marcaron el latir de su existencia.

"Rembrandt grabador: obra y vida" es el título de la exposición que se inauguró ayer en la sala del Centro Cultural de CajaCanarias en Santa Cruz de Tenerife, donde permanecerá abierta al público hasta el próximo 28 de agosto. Son ciento nueve grabados de pequeño y mediano formato pertenecientes a los fondos de la Biblioteca Nacional de España (BNE), noventa y seis de los cuales fueron realizados por el artista; y el resto por autores que le precedieron según composiciones de Rubens y Van Dyck, y los seguidores y alumnos de su taller.

La presentación de esta colección de estampas del maestro del barroco de la pintura y el grabado en Holanda contó con la presencia del jefe de la Obra Social y Cultural de CajaCanarias, Álvaro Marcos Arvelo; la comisaria de la exposición y jefa de la sección de grabado de la BNE, Concha Huidobro; y la jefa del Área de Difusión de la BNE, María Luisa Cuenca.

El portavoz de CajaCanarias, que agradeció a la BNE la materialización de este proyecto y el esfuerzo hecho para que se hiciese realidad, comentó que a pesar de la "sombra que envuelve la autoría de algunas de las obras de Rembrandt", cifrada en más de mil quinientos dibujos y cuatrocientos óleos, en el caso de los grabados existe menos discusión.

"Casi todos los grandes estudios establecen en doscientos ochenta y cinco los trabajos de esta técnica que son originales del autor holandés. Esto nos hace darnos cuenta del enorme valor de la colección que conserva la BNE, y de la posibilidad que nos brinda de adentrarnos en una época irrepetible que es la era de Rembrandt".

También comentó que el pintor y grabador alcanzó la fama en Europa a través de su obra gráfica, sobre todo en Amsterdam, donde contó con la admiración de la clase acomodada de la época. "Mientras que otros pintores encargaban a maestros grabadores la reproducción de sus obras, Rembrandt le da al grabado un papel central como medio de expresión artística puesto que entiende que, a través de esta técnica, puede llegar a soluciones creativas que no alcanza con la pintura, desde un apunte rápido hasta una obra más minuciosa".

Asimismo destacó la potencia expresiva y la fuerza psicológica de los personajes que inmortalizó el artista en sus planchas, que reflejan el dolor, la alegría y el asombro, además de haber sabido recoger "con audacia las atmósferas, en las que se respira, en las que hace calor o frío y donde se observan matices de luz infinitos".

María Luisa Cuenca aseguró que la presente colección forma parte de un fondo "del que estamos especialmente orgullosos en la Biblioteca Nacional y que estamos obligados a custodiar. Del mismo modo, también tenemos la obligación de darlo a conocer y a difundirlo y esto es posible a través de las exposiciones temporales e itinerantes que tenemos en nuestra propia sede como en otros lugares."

También tildó de especial esta iniciativa emprendida junto a CajaCanarias con motivo de su centenario, ya que ha sido preparada expresamente para la entidad de ahorro tinerfeña con los fondos de la BNE, y en un momento en el que es difícil que los proyectos culturales lleguen a buen puerto.

"Estos factores han hecho posible que estos días pueda contemplarse en Tenerife una amplia representación de los 175 grabados de Rembrandt que se conservan en la Biblioteca como la colección más numerosa y de más calidad que existe en España sobre este artista".

Por su parte, Concha Huidobro, comisaria de la muestra, recordó algunas de las exposiciones del Rembrandt grabador que se celebraron con anterioridad en diferentes lugares de la geografía española, como "la de 1934, que se realizó con muy pocos medios pero que resultó ser muy importante por la calidad de las obras que se mostraron, año en el que también se editó el primer catálogo".

Valor didáctico

Esta experta en la obra gráfica del pintor holandés, que resaltó el valor didáctico de la iniciativa, también se refirió a las diferentes etapas creativas que determinaron el acontecer de este genio universal, periodos que definen el itinerario marcado en la exposición, dividida en cinco secciones.

En la primera se aborda la situación del grabado flamenco y holandés en la primera mitad del siglo XVII, para conocer la situación de esta técnica en los Países Bajos en la época de Rembrandt, con obras de grabadores flamencos y holandeses según composiciones de Rubens y Van Dyck, además de analizar las influencias de éstos sobre el pintor holandés.

Las otras cuatro secciones se corresponden con etapas importantes en su actividad artística y en su vida personal. En la segunda sección se reflejan los primeros años de Rembrandt como artista (1620-1631), su formación, primero en Leyden y luego en Amsterdam, y los primeros años de su taller en Leyden, hasta su marcha definitiva a Amsterdam.

La tercera describe los primeros años como pintor y grabador en Amsterdam (1631-1639), con importantes encargos y algunas estampas muy importantes en su trayectoria y, en el aspecto personal, su matrimonio con Saskia.

La cuarta sección trata de la década de los años cuarenta, una época muy relevante como grabador, pues sufrió una importante evolución técnica con grabados de mucha calidad. En este periodo tuvo la alegría del nacimiento de su hijo y la desgracia de la pérdida de su mujer, unido a algunos otros problemas de carácter personal por una nueva relación.

La quinta y última sección (1650-1669) recoge obras de sus seguidores y describe la última época de Rembrandt como grabador, con algunas estampas sobresalientes y grandes problemas económicos, que fueron sobrellevados con la ayuda de su hijo Titus.

EL DÍA.

martes, 18 de mayo de 2010

domingo, 2 de mayo de 2010

Chesil Beach


Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil. Acababan de sentarse a cenar en una sala diminuta en el primer piso de una posada georgiana. En la habitación contigua, visible a través de la puerta abierta, había una cama de cuatro columnas, bastante estrecha, cuyo cobertor era de un blanco inmaculado y de una tersura asombrosa, como alisado por una mano no humana. Edward no mencionó que nunca había estado en un hotel mientras que Florence, después de muchos viajes de niña con su padre, era ya una veterana. Superficialmente estaban muy animados. Su boda en St. Mary, Oxford, había salido bien; la ceremonia fue decorosa, la recepción alegre, estentórea y reconfortante la despedida de los amigos del colegio y la facultad. Los padres de ella no se habían mostrado condescendientes con los de él, como habían temido, y la madre de Edward no se había comportado llamativamente mal ni había olvidado por completo el objeto de la reunión. La pareja había partido en un pequeño automóvil que pertenecía a la madre de Florence y llegó al atardecer al hotel en la costa de Dorset, con un clima que no era perfecto para mediados de julio ni para las circunstancias, aunque sí plenamente apropiado; no llovía, pero tampoco hacía suficiente calor, según Florence, para cenar fuera, en la terraza, como habían previsto. Edward pensaba que sí hacía calor, pero, cortés en extremo, ni se le ocurrió contradecirla en una noche semejante.


IAN McEWAN.

viernes, 30 de abril de 2010

Las raíces africanas de Picasso


La muestra permanecerá en las salas del TEA hasta el próximo 22 de agosto

Picasso llega a Tenerife. El Espacio de las Artes acerca al público una serie de bocetos con los que el artista trabajó en la composición de Las señoritas de Avignon, pieza con la que se aproxima a la pintura negra y en la que se vislumbran las raíces del continente africano. Una veintena de esculturas y máscaras africanas, pertenecientes a la galería Tribal Ready, con las que el genio dialogó atraído por la necesidad de romper con el arte oficial del momento, completan la muestra que permanecerá en las salas del TEA hasta el próximo 22 de agosto.

"Mis mayores emociones artísticas las sentí cuando se me apareció, de repente, la sublime belleza de las esculturas ejecutadas por los artistas anónimos de África", declaraba Pablo Picasso en alusión a su constante búsqueda de lo primitivo. Una pasión que trasladó a Las señoritas de Avignon, pieza con la que inaugura su etapa cubista. Tenerife Espacio de las Artes (TEA) acoge, desde ayer y hasta el próximo 22 de agosto, la muestra Picasso y la escultura africana. Los orígenes de Las señoritas de Avignon.

La exposición, con la que se pretende mostrar una visión diferente del artista malagueño y la importancia de la diversidad cultural en su proceso creativo, exhibe los bocetos preparatorios a Las señoritas de Avignon, recogidos en El Cuaderno número 7. Se trata de 84 dibujos realizados, entre mayo y junio de 1907, en tinta china, exhibidos sólo en dos ocasiones. En ellos, se entremezclan trazos ligeros y espontáneos con otros mucho más elaborados.

En el cuaderno, se muestra a un Picasso crisol de culturas con referencias al mundo africano, al arte ibérico, a Egipto o a la Grecia clásica. "A través de estos trazos, podemos contemplar a un artista que mira hacia otros pueblos. Estas representaciones permiten al visitante conocer el propio pensamiento del pintor", comenta la directora del Museo Casa Natal Pablo Picasso de Málaga, Lourdes Moreno.

Los bocetos que llegan al TEA forman parte de la Fundación Picasso desde 2006 y se complementan con una veintena de esculturas y máscaras africanas, datadas entre los siglos XVIII y XX. Similares a las que pudo contemplar el pintor en el Museo de Etnografía en el Palacio del Trocadero de París, produjeron en su mente un impacto tal que le llevó a iniciarse en la pintura negra. Esculturas primitivas y simplificadas que cubrían la necesidad de los artistas del momento, intelectuales que huían de lo oficial para refugiarse en un arte reaccionario y contrario a los cánones establecidos.

Las 20 piezas, adquiridas en África, pertenecen a la colección privada Tribal Ready y se muestran por primera vez en su conjunto.El director artístico del TEA, Javier González de Durana, explicó durante el recorrido por el espacio expositivo que contemplando estas piezas "se aprecian rasgos simplificadores que sirvieron para trazar a las tres mujeres dibujadas en la parte izquierda del conjunto pictórico de Las señoritas de Avignon". Cejas prolongadas y ojos almendrados, extraídos de las máscaras africanas y que Picasso reproduce en el cuadro.

La muestra se complementa con una reproducción de la famosa obra frente a un grupo de esculturas femeninas africanas en diálogo con la pintura picassiana. Figuras con las que el genio conversó en la primavera de 1907 hasta trasladarlas al lienzo.

LA OPINIÓN DE TENERIFE

martes, 27 de abril de 2010

La soledad de los números primos


Alice della Rocca odiaba la escuela de esquí. Odiaba tener que despertarse a las siete y media de la mañana incluso en Navidad, y que mientras desayunaba su padre la mirase meciendo nerviosamente la pierna por debajo de la mesa, como diciéndole que se diera prisa. Odiaba ponerse los leotardos de lana, que le picaban en los muslos, y las manoplas, que le impedían mover los dedos, y el casco, que le estrujaba la cara y tenía un hierro que se le clavaba en la mandíbula, y aquellas botas, que siempre le iban pequeñas y la hacían andar como un gorila.

-Bueno, ¿qué? ¿Te bebes la leche o no?-volvió a preguntar su padre.

Alice tragó tres dedos de leche hirviendo que le quemó sucesivamente la lengua, el esófago y el estómago.

-Bien. Y hoy demuestra quién eres, ¿vale?

¿Y quién soy?, pensó ella.

Acto seguido salieron a la calle, la niña enfundada en su traje de esquí verde lleno de banderitas y fosforescentes letreros de patrocinadores. A aquella hora había diez grados bajo cero y el sol era un disco algo más gris que la niebla que todo lo envolvía. Alice sentía la leche revolvérsele en el estómago y se hundía en la nieve con los esquíes a hombros, porque has de cargarlos tú mismo hasta que logres ser tan bueno que alguien los cargue por ti.

-Con las puntas por delante, y no mates a nadie-le recordó su padre.

Acabada la temporada, el club de esquí obsequiaba a los alumnos con un broche de estrellitas en relieve, uno cada año, desde que tenían cuatro y eran lo bastante altos para meterse entre las piernas el telearrastre, hasta los nueve, en que podían agarrarlo solos; tres estrellas de plata y después tres de oro; cada año un broche que significaba que uno era un poco mejor y estaba más próximo a competir, cosa que ya espantaba a Alice, que sólo tenía tres estrellas.

Habían quedado en el telesilla a las ocho y media, hora en que abrían las pistas. Allí estaban ya sus compañeros, en corro, como soldaditos de plomo embozados en sus trajes de esquí, entumecidos de frío y soñolientos; habían hincado los bastones en la nieve para apoyar las axilas. Con los brazos colgando parecían espantapájaros. Nadie tenía ganas de hablar, y menos que nadie Alice.



PAOLO GIORDANO.

viernes, 23 de abril de 2010

Pedro Guerra


El cantautor tinerfeño Pedro Guerra presenta en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife un concierto basado en los temas de sus dos últimos discos de versiones, Alma Mía y Contigo en la Distancia. "Son mis primeros discos de versiones y mis primeros álbumes sólo con guitarra", dice Pedro Guerra de su espectáculo, que tendrá lugar el próximo domingo 25 de abril a las 21 horas.

En estos últimos trabajos discográficos, el cantante y compositor canario deja a un lado su faceta de autor para convertirse en intérprete de temas del repertorio latinoamericano y español: tango, bolero, ranchera y copla. Canciones de Argentina, Cuba, México y España que Pedro Guerra las lleva a su terreno.

"Siempre tuve en la mente hacerlo y con este proyecto siento que se cierra un círculo en mi carrera. Alguna de estas canciones fueron las primeras músicas que escuché en mi vida, porque mi padre las cantaba en casa y lo hacía bien. Los Chalchaleros, Agustín Lara, Gardel... Tengo su recuerdo con la guitarra, cantando. He acotado los discos a este repertorio que escuchaba a mi padre y como él, imagino que aparece una guitarra en una reunión de amigos y me pongo a cantar. A partir de esta semilla elaboro el proyecto. Canto algunas canciones que escuché a mi padre, añado otras e incorporo la copla al repertorio de México, Cuba y Argentina. He profundizado, he leído y he escuchado a autores que no conocía mucho".

Pedro Guerra se traslada a Madrid en 1993, después de su primera etapa en Taller Canario, para iniciar su meteórica carrera en solitario. Allí se hace frecuente de salas como Libertad 8, Teatro Alfil y actuará en multitud de locales por toda España. Simultáneamente colabora con otros artistas como músico y compositor, entre los que se cuenta Ana Belén, Víctor Manuel, Joaquín Sabina, Javier Álvarez, Paloma San Basilio, Amistades Peligrosas y el grupo Cómplices. En 1995 publica su primer disco en solitario, Golosinas, grabado en directo y en el que se incluiría la canción Contamíname, que compusiera para Ana Belén.

Con su segundo disco alcanzaría instalarse en lo más alto de las listas de éxitos de las radiofórmulas. Fue en 1997 gracias a Tan cerca de mí. Es un autor de lo más prolífico y los discos se suceden. Por su disco Mararía (1998) fue nominado por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y premio a la Mejor Banda Sonora de Obra Cinematográfica de los Premios de la Música que anualmente otorgan la Sociedad General de Autores y Editores (S.G.A.E.) y la Sociedad de Artistas, Intérpretes o Ejecutantes (A.I.E.).

En (1999) sale a la luz Raíz, disco donde recupera sonoridades propias de la música canaria, así como temas de tipo social (incluyéndose un poema del subcomandante Marcos). También contará con la colaboración en las percusiones canarias del antiguo componente de Taller, Rogelio Botanz. Ofrenda (2001) es un canto al mestizaje, fusionando elementos musicales de muy diversos orígenes.

Ese mismo año, el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria le encargará una obra para ser estrenada a finales de ese año. Pedro Guerra realiza un trabajo que gira en torno a la temática de la mujer y la discriminación que esta sufre en todo el mundo; en dicho trabajo fusionará de nuevo el folclore canario con sonidos actuales (rock, rap, etc.) y arreglos orquestales. Al año siguiente publica un disco con el resultado de dicho trabajo, y que llevará por título Hijas de Eva, contando con la colaboración de Silvio Rodríguez y Fito Páez.

En 2003 realizará una gira con el poeta Ángel González de la que saldrá el disco La palabra en el aire, en el que el poeta recita, y Pedro Guerra canta poemas musicados. Bolsillos (2004) es una obra con sonidos más sencillos, sin demasiadas estridencias, y temas comprometidos. También es un disco donde el artista echa una mirada hacia atrás, hacia su juventud. También en 2004 participa en el disco colectivo Neruda en el corazón que celebra el centenario de Pablo Neruda poniendo música al poema Antes de amarte, amor (Soneto XXV).

Tras un descanso de tres años, Pedro Guerra publicó un disco con el título de Vidas, con catorce nuevos temas, dos de ellos (Lara y Cuando llegó Pedro), dedicados a sus dos hijos. Posteriormente, llegarían los dos discos que ahora presenta en el Auditorio de Tenerife.

Las entradas se encuentran a la venta a través de los canales habituales: telefónicamente, en el 902 317 327 / 902 317 327 (de 10 a 19 horas, de lunes a sábado), en las taquillas del Auditorio (de 10 a 15 horas, de lunes a viernes, y de 10 a 14 horas los sábados), en los terminales multiservicios de CajaCanarias o a través de internet en www.auditoriodetenerife.com.

CANARIAS AHORA.