jueves, 19 de mayo de 2011

Tokio blues. Norwegian Wood.



Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría lluvia de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los mecánicos cubiertos con recios impermeables, las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca. "¡Vaya! ¡Otra vez en Alemania!", pensé.

Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de "Prohibido fumar" y por los altavoces del techo empezó a sonar una música ambiental. Era una interpretación ramplona de "Norwegian Wood" de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre.

Para que no me estallara la cabeza, me encorvé, me cubrí la cara con las manos y permanecí inmóvil. Al poco se acercó a mí una azafata alemana y me preguntó si me encontraba mal. Le respondí que no, que se trataba de un ligero mareo.

-¿Seguro que está usted bien?

-Sí, gracias -dije.

La azafata me sonrió y se fue. La música cambió a una melodía de Billy Joel. Alcé la cabeza, contemplé las nubes oscuras que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían.

Seguí pensando en aquel prado hasta que el avión se detuvo y los pasajeros se desabrocharon los cinturones y empezaron a sacar sus bolsas y chaquetas del portaequipajes. Olí la hierba, sentí el viento en la piel, oí el canto de los pájaros. Corría el otoño de 1969, y yo estaba a punto de cumplir veinte años.

Volvió a acercarse la misma azafata de antes, que se sentó a mi lado y me preguntó si me encontraba mejor.

-Estoy bien, gracias. De pronto me he sentido triste. Es sólo eso -dije, y sonreí.

-También a mí me sucede a veces. Le comprendo muy bien -contestó ella. Irguió la cabeza, se levantó del asiento y me regaló una sonrisa resplandeciente-. Le deseo un buen viaje. Auf Wiedersehen!

-Auf Wiedersehen! -repetí.


HARUKI MURAKAMI.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Israel



Niños jugando en una fuente en la ciudad de Tel Aviv.

DIMA VAZINOVICH.

México



Los traficantes de droga mexicanos han sido enterrados en lujosos mausoleos en un cementerio de Culiacán, el corazón del cártel de Sinaloa. La mujer que aparece en primer plano es la esposa de un obrero de la construcción.

SHAUL SCHWARZ.

Emiratos Árabes Unidos



Mezquita Zayed en Abu Dhabi.

NAWFAL JIRJEES.