domingo, 4 de septiembre de 2011

Elsa y Julio

La primera vez que Elsa vio a Julio fue una fría tarde de otoño, justo después de salir de la lavandería en la que trabajaba. Lo único que le apetecía era ir a su casa, darse un baño relajante, meterse dentro del pijama y cerrar los ojos para poner fin a un día que, si por ella hubiera sido, habría hecho desaparecer del calendario. Su jornada laboral había sido horrible, pero había quedado con Claudia y el resto de amigos, desde el día anterior, para tomar unas cañas y en el último momento pensó que quizás eso fuera lo mejor de su día. Al llegar a casa de su amiga y bajar del coche lo vio, de espaldas, apoyado en la puerta de la entrada. Había oscurecido. Ya los días eran mucho más cortos que en verano. Gracias a la luz que colgaba de un farolillo, situado en la entrada de la casa, pudo distinguir que era alto y que llevaba unos vaqueros gastados y una chaqueta negra de cuero. A simple vista tenía pinta de tipo duro, de esos que siempre le habían atraído. Habría jurado que sostenía un casco en la mano, aunque no podía asegurarlo porque no se veía muy bien. Al salir del coche se dirigió hacia la casa, pero cuando sólo había dado un par de pasos dudó un instante. Tenía un mal día, un día antisocial, así que dio media vuelta y prefirió quedarse sentada y simplemente tocar la pita varias veces para que Claudia saliera. Esperó mientras se fumaba un cigarro. En la radio sonaba una canción de Manuel Cuesta e intentó dejar la mente en blanco mientras disfrutaba del primer momento de tranquilidad de todo el día. De repente vio dos siluetas a su lado.
- Te presento a Julio, es el hermano de Pablo. ¿Te acuerdas de mi amigo Pablo, no?.
- "Encantada", respondió Elsa mientras le daba dos besos a través de la ventanilla del coche. No era su tipo, pero tampoco estaba mal. Tenía una sonrisa bonita y el pelo largo y rizado y pensó que con el pelo corto seguramente estaría guapísimo. Jamás entendía a los chicos que intentaban afearse, pero bueno, allá él. No lo conocía y esa noche no iba a ser la indicada, porque lo último que le apetecía era entablar una conversación con un desconocido. "Bueno, nos vamos, hasta luego", dijo Elsa y le sonrió un segundo antes de arrancar el coche. Y se fueron a buscar al resto de amigos con los que habían quedado en el bar de siempre.
- ¡Niña, como no pongas un poco de tu parte te vas a quedar soltera toda la vida! ¿Qué te pareció Julio? ¿Te gustó? ¿Es guapo, verdad? Pues está soltero y es un buen tío, de los que ya no se encuentran. Su novia lo acaba de dejar y está pasándolo bastante mal. Deberíamos quedar con él otro día y así lo conoces. La próxima vez que quedemos con Pablo, le decimos que le diga a su hermano que venga. ¿Qué te parece?.     
- Me parece que no tengo ganas de ser el paño de lágrimas de nadie, y menos de alguien que no conozco. Lo siento, pero no. Y deja ya de buscarme novio que sabes perfectamente que odio estas situaciones forzadas.
- "Pues sabes que lo hago porque si te dejo a ti sola, al final, acabas con tíos que te rompen el corazón y no tengo ganas de verte pasarlo mal otra vez. Yo conozco a Julio perfectamente y sé que jamás te haría daño. Tú misma..." Claudia trabajaba en un banco y como buena contable, intentaba siempre tenerlo todo bajo control.
- Oye, no te vayas a mosquear conmigo por esta tontería. Sé que lo haces de buena fe, pero las cosas no funcionan así. Venga, déjate de rollos y ayúdame a buscar aparcamiento que los chicos nos esperan y tengo ganas de verlos. ¿Y tú qué? Cuéntame qué tal tu semana.
Claudia era una de las mejores personas que conocía. Siempre intentaba protegerla para que no le pasara nada malo, pero a veces se olvidaba de que no todo se puede controlar. No entendía la actitud de Elsa, por mucho que ésta intentara explicarle que el atractivo del amor reside en las situaciones que no podemos controlar, en los detalles que no podemos explicar. Después de ese breve encuentro, Claudia seguía con su empeño y, alguna que otra vez, le solía nombrar a Julio como quien no quiere la cosa. Al principio fue fácil para Elsa ponerle cara a alguien a quien sólo había visto una vez, pero a medida que pasaba el tiempo, se le iba desdibujando el rostro del susodicho hasta que llegó un momento en el que ya no podía recordar ningún detalle. Así que se excusaba diciendo:
- "Pues está claro que no era mi tipo porque si me hubiera gustado, me acordaría de él segurísimo, aunque sólo lo hubiera visto una vez". Y se salía una sonrisa tan pronunciada que hacía que sus pequeños ojos casi se cerraran por completo. En ese instante parecía una niña pequeña queriendo hacer una maldad.
Llegados a ese punto, Claudia tiraba la toalla, la daba como causa perdida y abandonaba totalmente su intento de Celestina.
Lo que Elsa no sabía, y jamás se habría imaginado, era que al cabo de los años su camino se iba a cruzar de nuevo con el de Julio, pero esa vez sí que habría mariposas en el estómago y fuegos artificiales. Al menos, por su parte.

miércoles, 8 de junio de 2011

El largo viaje



Este hacinamiento de cuerpos en el vagón, este punzante dolor en la rodilla derecha. Días, noches. Hago un esfuerzo e intento contar los días, contar las noches. Tal vez esto me ayude a ver claro. Cuatro días, cinco noches. Pero habré contado mal, o es que hay días que se han convertido en noches. Me sobran noches; noches de saldo. Una mañana, claro está, fue una mañana cuando comenzó este viaje. Aquel día entero. Después, una noche. Levanto el dedo pulgar en la penumbra del vagón. Mi pulgar por aquella noche. Otra jornada después. Aún seguíamos en Francia y el tren apenas se movió. En ocasiones, oíamos las voces de los ferroviarios, por encima del ruido de botas de los centinelas. Olvídate de aquel día, fue una desesperación. Otra noche. Yergo en la penumbra un segundo dedo. Tercer día. Otra noche. Tres dedos de mi mano izquierda. Y el día en que estamos. Cuatro días, pues, y tres noches. Avanzamos hacia la cuarta noche, el quinto día. Hacia la quinta noche, el sexto día. Pero ¿avanzamos nosotros? Estamos inmóviles, hacinados unos encima de otros, la noche es quien avanza, la cuarta noche, hacia nuestros inmóviles cadáveres futuros. Me asalta una risotada: va a ser la Noche de los Búlgaros, de verdad.

-No te canses -dice el chico.

En el torbellino de la subida, en Compiègne, bajo los golpes y los gritos, cayó a mi lado. Parece no haber hecho otra cosa en su vida, viajar con otros ciento diecinueve tipos en un vagón de mercancías cerrado con candados. "La ventana", dijo escuetamente. En tres zancadas y otros tantos codazos, nos abrió paso hasta una de las ventanillas de ventilación, atrancada con alambre de espino. "Respirar es lo más importante, ¿entiendes?, poder respirar".


JORGE SEMPRÚN.

jueves, 19 de mayo de 2011

Tokio blues. Norwegian Wood.



Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría lluvia de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los mecánicos cubiertos con recios impermeables, las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca. "¡Vaya! ¡Otra vez en Alemania!", pensé.

Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de "Prohibido fumar" y por los altavoces del techo empezó a sonar una música ambiental. Era una interpretación ramplona de "Norwegian Wood" de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre.

Para que no me estallara la cabeza, me encorvé, me cubrí la cara con las manos y permanecí inmóvil. Al poco se acercó a mí una azafata alemana y me preguntó si me encontraba mal. Le respondí que no, que se trataba de un ligero mareo.

-¿Seguro que está usted bien?

-Sí, gracias -dije.

La azafata me sonrió y se fue. La música cambió a una melodía de Billy Joel. Alcé la cabeza, contemplé las nubes oscuras que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían.

Seguí pensando en aquel prado hasta que el avión se detuvo y los pasajeros se desabrocharon los cinturones y empezaron a sacar sus bolsas y chaquetas del portaequipajes. Olí la hierba, sentí el viento en la piel, oí el canto de los pájaros. Corría el otoño de 1969, y yo estaba a punto de cumplir veinte años.

Volvió a acercarse la misma azafata de antes, que se sentó a mi lado y me preguntó si me encontraba mejor.

-Estoy bien, gracias. De pronto me he sentido triste. Es sólo eso -dije, y sonreí.

-También a mí me sucede a veces. Le comprendo muy bien -contestó ella. Irguió la cabeza, se levantó del asiento y me regaló una sonrisa resplandeciente-. Le deseo un buen viaje. Auf Wiedersehen!

-Auf Wiedersehen! -repetí.


HARUKI MURAKAMI.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Israel



Niños jugando en una fuente en la ciudad de Tel Aviv.

DIMA VAZINOVICH.

México



Los traficantes de droga mexicanos han sido enterrados en lujosos mausoleos en un cementerio de Culiacán, el corazón del cártel de Sinaloa. La mujer que aparece en primer plano es la esposa de un obrero de la construcción.

SHAUL SCHWARZ.

Emiratos Árabes Unidos



Mezquita Zayed en Abu Dhabi.

NAWFAL JIRJEES.

viernes, 29 de abril de 2011

Nueva York



En la ciudad que nunca duerme existe un nuevo modo de ahorrar energía, el Empire State Building sólo utiliza las luces brillantes, de noche, para celebrar fiestas o eventos especiales.

JOE McNALLY.

India



Mujeres en la plantación de té que bordea el Parque Nacional Kaziranga.

STEVE WINTER.

Canadá



El viaducto de Lethbridge es la vía de tren más grande de Canadá. Tiene cerca de 100 metros de altura y más de 1.600 metros de largo. En esta imagen aparece rodeado de niebla.

TRAVIS NYKAMP.

Japón



A 70 kilómetros al suroeste de Tokio, una morena se desliza a través de las ramas de un coral en las frías aguas de la bahía de Suruga.

BRIAN SKERRY.

jueves, 28 de abril de 2011

Bahamas





A 24 metros de profundidad bajo la superficie del agua se encuentra la cueva de Dan, en las Islas Ábaco. Casi 11 kilómetros de la cueva han sido explorados desde mediados de la década de 1990.

WES C. SKILES.

Washington




A pesar de su altura (396 metros) el monte St. Helens proyecta una sombra convincente. Al fondo vemos el monte Adams.

DIANE COOK & LEN JENSHEL.

Alabama



"Mezclar dos partes de arena blanca con una parte de agua cristalina", reza el eslogan turístico de Orange Beach.

TYRONE TURNER.

Italia



Ciclistas en Ferrara.

WILLIAM ALBERT ALLARD.