miércoles, 16 de diciembre de 2009

Invisible


Le estreché la mano por primera vez en la primavera de 1967. Por entonces yo era un estudiante de segundo curso en Columbia, un muchacho si formar con ansia de libros y la creencia (o ilusión) de que algún día tendría las suficientes cualidades para considerarme un poeta, y como leía poemas, ya conocía a su tocayo del infierno de Dante, un muerto que iba arrastrando los pies por los últimos versos del canto veintiocho del "Inferno". Bertrand de Born, el poeta provenzal del siglo XII, que llevaba cogida del pelo su cabeza cortada, haciéndola oscilar de un lado a otro como un farol: sin duda una de las imágenes más grotescas de ese extenso catálogo de alucinaciones y tormentos. Dante era un defensor incondicional de los escritos de De Born, pero lo redujo a la condenación eterna por haber aconsejado al príncipe Enrique que se rebelara contra su padre, el rey Enrique II, y como el poeta originó la división entre padre e hijo convirtiéndolos en enemigos, el ingenioso castigo de Dante fue dividirlo a él mismo. De ahí el cuerpo decapitado que va gimiendo por el inframundo, preguntando al viajero florentino si puede haber dolor más terrible que el suyo.

Cuando se presentó como Rudolph Born, inmediatamente pensé en el poeta. ¿Algún parentesco con Bertrand?, le pregunté.

Ah, contestó, esa desventurada criatura que perdió la cabeza. Quizá, pero me temo que no parece probable. No tengo el "de". Para eso hay que poseer un título de nobleza, y la triste verdad es que soy de todo menos noble.


PAUL AUSTER.

2 comentarios:

  1. Lo empecé a leer ayer!!!!!
    Que casualidad.

    Besos.

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  2. Gracias por la recomendación...me lo regalaré para esta navidad.

    Besos, muchos, para ti.

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